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Malas noticias: a tu ídolo se la pela la guerra

  • 7 dic 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 4 feb 2024

Ser millonario y ser responsable para con la sociedad son conceptos antónimos; no se puede alcanzar ese nivel de riqueza de forma ética.



¿Hay algo más humano que el afán de participación? Acontece una crisis humanitaria y tenemos que aportar una opinión, a menudo no solicitada, para sentirnos parte del mundo. Con motivo del genocidio palestino, estamos viviendo el mencionado afán de participación a gran escala: todas las celebridades, los influencers y los titos Paco del planeta Tierra se han quitado las rodajas de pepino de los ojos para subir una publicación a Instagram a propósito del tema.


Bueno, tu tío Paco probablemente no estuviera en el jacuzzi y solo haya balbuceado alguna lindeza entre cañas, pero nos entendemos.


Quizá sea de una frivolidad imperdonable escribir sobre la cultura de la cancelación considerando los temas candentes que preocupan a la actualidad. Ruego disculpen que mi humilde blog renuncie a sentar cátedra sobre los entramados políticos. Apuesto a que los corresponsales sabrán esclarecer una cronología y un listado de causas razonables con mayor propiedad.


Es muy sencillo abrazar las limitaciones propias, ¿verdad? Lo acabo de hacer. Pues todavía hay quien rehúsa dejar la narrativa bélica en manos de los divulgadores. Quizá porque su público objetivo le impide cerrar el pico y disfrutar de su ratito de sauna. Apuesto a que esto es lo que le ha ocurrido a los iconos del famoseo que han aparecido por docenas para tuitear #freepalestina o #freeisrael: se han sentido en el ojo del huracán por culpa de los miles de usuarios que los han señalado con el dedo al grito de «posiciónate, o serás ajusticiado en la plaza del pueblo».


Estoy de acuerdo con que todo lo personal es político. Estoy de acuerdo con que el silencio es cómplice del agresor. Pero, sobre todo, estoy de acuerdo con que al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Creo que se le debe exigir una postura firme y solidaria al presidente de una nación, y a la cantante de villancicos Belén Pastores, como mucho, que vuelva a sacar un álbum musical con un nivel cualitativo que rivalice con el anterior.


Hay algo que la mayoría democrática debe asumir, y es que no todo el mundo está capacitado para ofrecer un punto de vista enriquecedor. Haber sacado al mercado la versión más rockerita de El Burrito Sabanero te puede valer el título de mejor cantante de España, pero no te convierte en el adalid de los Derechos Humanos... sea lo que sea que signifique eso que toda la peña se pasa por el forro.


Por no mencionar que a los millonarios de la industria musical, por poner un círculo del infierno, no les aquejan los mismos problemas cotidianos que a la gente de a pie. Si me preguntan a mí, están tan alejados de la realidad humana como los presuntos alienígenas del Área 51. ¿Por qué, entonces, nos interesa la opinión política de una persona que no se dedica a documentar guerras, cuando para colmo es muy probable que la dé por presión social? Y eso por no entrar en las declaraciones en cuestión, una oda al victimismo más salvaje: «No he podido hablar sobre el asunto porque me parte el corazón»... Vaya por Dios, Propietaria De Una Mansión En Malibú, había olvidado que tu dolor protagoniza el sufrimiento de otros.



¿Por qué nos damos por aplacados o consideramos digno de aplauso que suban una captura de la aplicación Notas que reza «DETENGAN LA GUERRA»? ¿No será, acaso, que estamos cayendo en el viejo truco de idealizar a quien no le importa si el pueblo llano vive o muere? A ver si es que no aprendimos la lección de cuando bebíamos los vientos por aquel tipo que solo nos hablaba a las tres de la madrugada, y no con un propósito conversacional.


Pero, por favor, revisemos las razones por las que a un fanático promedio podría interesarle la manifestación política de su artista más escuchado del Spotify Wrapped: para confirmar que mi ídolo piensa como yo y, de no ser así, dejar de escucharlo —narcisismo agudo—; para sentir que tengo poder sobre ella —«si, entre todos, le ponemos un número indecente de comentarios amenazando con cancelarla, se pronunciará»: manipulación en su máximo esplendor—; para saber qué argumento he de sostener yo, pues como no tengo ni pajolera idea de nada y admiro profundamente a este sujeto, lo más inteligente será reproducir su veredicto...


Ya, ya, suena descabellado, pero a las chicas monas de internet se las llama «influyentes» por una razón de peso. Porque no solo se le pide un reporte semanal de catástrofes mundiales a Rihanna; también a comediantes de TikTok que no reconocerías si los vieras en el supermercado.


He de decir que mi excusa predilecta, enarbolada por la facción progresista, es que hay que exigirle una mínima responsabilidad social a los ricos. Un planteamiento precioso, Robin Hood, pero esa frase es un oxímoron como la copa de un pino. Ser millonario y ser responsable para con la sociedad son conceptos antónimos; no se puede alcanzar ese nivel de riqueza de forma ética. «Pero Beyoncé...». Ah, qué bien que la hayas mencionado. En su faceta de empresaria, paga ochenta y siete dólares a sus empleadas de Sri Lanka por sesenta horas de trabajo semanal. «Pero Taylor Swift...». Sí, Miss Americana, también: hizo ciento setenta viajes en su jet privado durante 2022, la mayoría de una media de ochenta minutos.


Y tú bebiéndote el smoothie con una pajita de cartón con más grumos que el Cola-Cao, ¿eh? No me digáis que, leyendo estas cosas, a una no se le antoja una Revolución de Octubre.


Si a alguien está reconociendo los síntomas de un ataque de ira al leer una crítica fundamentada sobre su girlie favorita, que se relaje, que lo que yo vengo a decir es que le entiendo. Hay quien desarrolla una relación parasocial con su referente y sufre como un jabato cuando este demuestra su humanidad o, en el caso de un billonario, su falta de ella, porque no se me negará que una chispa de surrealismo empañe la mayoría de sus acciones.


Esto sigue sin justificar que les reclamemos la posesión de un criterio ajeno al musical. Si lo tuvieran, y si les importara, harían algo —como destinar dos millones y medio de dólares a la ayuda humanitaria— por el simple hecho de que son los únicos que pueden hacer algo.


Desde mi punto de vista, lo más sano es admirar talentos, no personalidades, y escuchar la música sin ponerle rostro. Al final del día, no podemos evitar que nos apasione el don artístico de la gente, y los ricos no pueden evitar comportarse como lo que son: los beneficiarios de un privilegio que es tiránico en sí mismo porque te hace esclavo de tu ego. En la medida de lo posible, recomiendo tenerlo presente y no pedir peras al olmo. El tiempo es demasiado valioso para perderlo miserablemente... y te aseguro que, si es por opiniones, encontrarás un debate con tus amigos mucho más revitalizante.

 
 
 

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