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Lucas OT23, siempre serás famoso

  • Foto del escritor: Eleanor Rigby
    Eleanor Rigby
  • 18 feb 2024
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 19 feb 2024

Los que no tienen la voz de Whitney Houston, incluso si cantan de maravilla para en el futuro consagrarse como el Bustamante de los años veinte, que falta nos hace, no van a ser raperos o estrellas pop. Van a ser El Simpático.


Los concursantes Chiara y Lucas en la expulsión de la gala 10.
Los concursantes Chiara y Lucas en la expulsión de la gala 10.

El otro día me mamé a lo bestia y, para cuando quise darme cuenta, estaba agarrando de los hombros a una persona a la que he visto cuatro o cinco veces en mi vida y ladrándole: «Mírame a los ojos y ten el valor de decirme que Lucas no canta bien». ¿Cuál había sido su pecado? Juzgarme por haber anunciado en público, como no se debe anunciar ni el contenido del voto democrático, ni tampoco el voto de Operación Triunfo —a no ser que quieras que un importante sector poblacional te cuelgue en la plaza del pueblo—, que no había salvado a Chiara en la antepenúltima semana de expulsión.


Habrá quien se esté perdiendo el acontecimiento social que es este programa. A estos rebeldes antisistema no sé si darles mi más sentido pésame o, como hace el desconocido al que le respondes que no fumas cuando te pide fuego, decirles «muy bien que haces». Como señaló la propia ganadora de OT17, Amaia Romero, «los fans de OT están superlocos». Lo mencionaba con la sonrisita mortificada de los que han presenciado el proceso degenerativo de las mentes más brillantes de nuestra generación a manos de fervorosas adoraciones que rozan el sectarismo.


Y es que sí. Basta con darse un paseo por Twitter para descubrir que hay legiones de juanjistas, alvaromayistas —esto sigue teniendo sentido aunque expulsaran a Álvaro— y chonijas, como han decidido denominarse las híbridas de choni y pija que jalean los éxitos de Naiara. También cuentas dedicadas al señalamiento y al acoso y derribo que en algunos sujetos inspira el simple hecho de que alguien abandere la victoria de quien no es su favorito.


Si os soy sincera, cuando una cumple cierta edad, prefiere no meterse en determinados saraos, pero reconozco que hay materias en las que no estoy dispuesta a ceder un milímetro. Porque no, no he defendido ni mis causas políticas con un tercio de la vehemencia que despierta en mí la revindicación de Lucas.


Y eso ya es decir.


Sé que no estoy sola. Toda la comunidad latinoamericana, exdirectioner o fan en activo de Harry Styles está igual que Buika: exhibiendo su colección de dientes en una sonrisa demente para gritar LUCAS LUCAS LUCAS LUCAS LUCAS. ¿Y quién es Lucas? Un chaval de veintitrés años que, en opinión —la opinión errada— de una buena parte de la comunidad internauta, no merecía llegar a la final del programa.


Supongamos que sus detractores están al corriente de que en un reality show el talento es importante, pero nunca lo único que garantiza una carrera a un artista, y procedamos a debatir lo que muchos pasan por alto, incluida Cris Regatero: que Lucas tiene ese talento. A lo largo de las galas me han ido llevando todos los demonios de la tradición judeocristiana porque se le ha alabado el físico, el encanto personal, el hecho de tener novia o de hacerse un tatuaje nuevo y su brillante evolución, pero nunca que poseía esa materia prima que llaman «duende» para llegar a donde está.


Nadie le ha dicho a Lucas que lo ha hecho de puta madre cuando lo ha hecho de puta madre, y reconozco que me molesta.


Creo que incluso la gente que lo ha votado masivamente para que se largara el otro nominado o que lo quiere nombrar ganador olvida este detalle: Lucas ha progresado porque era una mina de oro inexplorada. Os aseguro que si aislamos en una academia de canto al Dandy de Barcelona, al cabo de cuatro semanas no te hace los falsetes de una canción de Aerosmith.


Quizá el problema radique en que programas de esta calaña etiquetan a los concursantes desde el minuto uno para así definir la carrera que tienen por delante: este va a ser rapero, esta va a ser la nueva estrella pop y esta va a ser Rosalía de Zaragoza. Los que no tienen la voz de Whitney Houston, incluso si cantan de maravilla para en el futuro consagrarse como el Bustamante de los años veinte, que falta nos hace, no van a ser raperos o estrellas pop. Van a ser El Simpático. Y el público, envenenado por el odio hacia quienquiera que hubiese expulsado a su predilecto, se traga esta patraña, asume que es lo único que puede ofrecer y procede a verter un odio injustificado y sonrojante en redes sociales. Esto pasó cuando Lucas, barbero de profesión y humilde fan de One Direction echó con ayuda de la mayoría de los votos a Chiara, estudiante de la Escuela Superior de Música de Cataluña y avezada cantante de bolos en Palma de Mallorca.


¿A nadie se le ha ocurrido pensar que a OT debe entrar quien no tiene tantos, y subrayo, tantos recursos para hacerse famoso? ¿Y que, para denotar una evolución magistral como la de Lucas, hay que, efectivamente, darle oportunidades a Lucas?


Cuestiones musicales a un lado, en una edición en la que dos concursantes llegan a la final en buena medida por haberse enamorado el uno del otro —siempre pasa, esto no es nuevo; es como las parejitas cantando baladas en Eurovisión, nos lo vamos a comer hasta el final de los tiempos—; en una edición en la que hay clarísimos enchufes y clarísimos saboteos por parte del jurado y los profesores; en una edición en la que se rumorea que algún que otro participante se está montando el teatro de su vida para ganarse la lástima y el apoyo del público... ¿no es encantador toparse con un fulano tan genuino como Lucas?


Elegir una canción de Zayn Malik para la final es una jugada maestra. Te garantizas los votos masivos de las directioners, que, juntas, podrían acabar con el terrorismo africano. Pero él es más llano que eso. Él se abre en canal con Abril Zamora admitiendo que la separación del grupo le partió el alma, y en actividades de adivinar melodías denota conocer hasta cómo hace Liam Payne sus gárgaras matutinas. Pasar el día entero pegado a Naiara, clara ganadora, podría ser también una jugada maestra —recordemos que La Carpeta te asegura ser finalista— si no fuera porque la afinidad de este par saltó a la vista en los primeros cinco minutos de directo. Y os aseguro que si en redes se está alimentando el bulo de que desaparecen en las duchas para hacer manitas, no es porque él lo haya planeado: os recuerdo que tiene tatuados en el pecho los ojos de su novia. ¿Qué clase de persona se tatúa en el pecho los ojos de su novia? Una persona malpensada o que falsee sus sentimientos no, eso seguro.


Si Lucas es el príncipe del pueblo, es porque ha sido infravalorado por activa y por pasiva por el jurado y la academia. Le han dado algunas de las peores canciones de la edición, y apuesto por que salvarlo en la última gala fue un giro de guion motivado por la burda táctica de largar a Ruslana del programa; Lucas es, casi siempre, cabeza de turco en la agenda oculta de Noemí Galera.


Aparte, esta etiqueta que se le colgó a Paul de pobre incomprendido por andar como alma en pena porque sus compañeros no le hacían ni caso, estrategia publicitaria que le ha favorecido durante todo el programa a ojos de quienes debían decidir quién se quedaba, era para Lucas. ¿Cómo no va a ser incomprendido un chaval al que le están diciendo a las claras que se queda un día más porque tiene un acento muy gracioso? ¿Cómo no va a ser incomprendido un chaval que pasado mañana se meterá en Twitter y leerá unas barbaridades que no son de Dios? Será que a Paul no le han estado alimentando el ego con que su personalidad es desbordante.


Aunque las comparaciones sean odiosas, me vais a permitir seguir por esta línea argumental. Manu Guix ha dicho en público, en referencia a Paul, que lo mejor que un cantante puede tener son las ideas claras sobre su futuro. Coincido. De los seis finalistas, no veo yo la proyección profesional de la mitad, lo que una vez más denota que por ser perfecto vocalmente hablando no vas a convertirte en la nueva sensación de Los 40. Pero ¿me estáis diciendo que no os imagináis a Lucas cantándose unos reguetones producidos a lo Abraham Mateo y componiendo de vez en cuando una balada popera? No iremos a ignorar que ser bien parecido, un animal del escenario y un trabajador nato te granjea el éxito en los géneros más comerciales. Que son, por cierto —y como hemos podido apreciar—, los únicos géneros que le interesan a Universal Music.


Lucas es un justo finalista por todas las razones que se pueden aportar para defender ese privilegio. Es buen cantante, tiene presencia en el escenario, le gusta a sus compañeros, el público lo adora, se le augura una carrera prometedora —pronto sabremos si se estrella o no; ya sabemos que unos operan y triunfan, y otros operan y se desangran— y se ha partido los cuernos con lo poco que se le daba.


¿Qué queréis que os diga? Entre esos finalistas hay alguno que otro que no junta ni dos de estos requisitos.


Pero no me veréis insultarlo en redes sociales.


Eso por descontado.

 
 
 

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