top of page

A Superman, lo que es de Superman

  • Foto del escritor: Eleanor Rigby
    Eleanor Rigby
  • 25 ago
  • 6 Min. de lectura

Como cada vez se prioriza más la inmediatez sobre la calidad, estamos condenados a irnos enganchando a la superproducción (o producción mediocre) que se nos vaya ofreciendo conforme la saquen del microondas. Pero algunos nos daremos cuenta de que lo que funcionaba en el pasado ya no lo hace.


David Corenswet y el perro adoptivo (con su orejita levantada), Krypto, en Superman (2025).
David Corenswet y el perro adoptivo (con su orejita levantada), Krypto, en Superman (2025).

Una nueva serie de Harry Potter cuando las películas de Daniel Radcliffe, si bien se han erigido ya como un clásico moderno, apenas han cumplido veinte años; un spin-off de La boda de mi mejor amigo, peliculón autoconclusivo con un cierre perfecto; And Just Like That, una segunda serie siguiendo de cerca —y de nuevo— las andanzas de Carrie Bradshaw a sus sesenta años... y, por supuesto, un nuevo Superman: eso es lo que venimos viendo en el cine y lo que nos espera en el futuro cercano.


Lasaña recalentada, por si no os habéis percatado.


¿Sabéis? Yo creo que los creativos de Hollywood y sucedáneos se reúnen en sus grandes salas con carpetas a rebosar de ideas frescas, la mayoría de becarios maltratados, y acaban decantándose por la opción que propone un cincuentón que todavía no olvida la tabarra que le dio su mujer con Sexo en Nueva York: la continuación de un producto ya exitoso porque por qué no.


Apuesto a que esa es la pregunta que más se oye. ¿Por qué no?


¿Y por que sí, joder?


Ellos lo tendrán claro. Porque la probabilidad de fracasar es exigua. A fin de cuentas, han pasado suficientes años para que los primeros fans de J. K. Rowling, aquellos chiquillos de diez, once, doce que hacían cola en las librerías para comprar El prisionero de Azkaban, hayan idealizado el subidón de adrenalina que sentían entonces y, por nostalgia, se enganchen al remake.


O por recelosa curiosidad, claro está. No faltarán los puretas que defenderán a capa y espada que no hubo ni habrá otro Severus Snape como Alan Rickman (entre los que me incluyo). Pero eso no hará sino seguir forrando los bolsillos de sus productores. ¿No dicen, acaso, que toda publicidad es buena? Incluso si se hace el conocido hate-watching para rajar en Threads, se habrá dado visibilidad a la serie.


Que la nostalgia haya conquistado el ámbito artístico es uno de los mayores triunfos del capitalismo. Recurrir a viejos chascarrillos es, además de una forma de aprovecharse del sentimentalismo del espectador para garantizarse una ganancia fija, de una falta de originalidad que debería sonrojarnos. Podemos entrar en el debate de si el arte existe o no para satisfacer las necesidades del público. Con independencia de lo que crea cada uno, lo que yo defiendo a hierro es que desde luego no se creó para inventarle necesidades que no tenía al público y luego hacerle pagar por ellas. No creo que nadie estuviera pidiendo que Sarah Jessica Parker volviera a cruzar Nueva York sobre unos Jimmy Choo. Ni que se hiciese un casting para elegir a la próxima Hermione Granger.


Pero ¿qué es lo que pide un público abrumado, que es en lo que nos hemos convertido viendo la inmensa oferta de la cartelera del cine y de los escaparates de las librerías? Pide que elijan por él. Y es fácil elegir cuando el producto original te gustó y todo el mundo se suma a la experiencia de visualización conjunta. ¿A quién no le ha pasado que se mete en el catálogo de Netflix sin saber qué quiere ver y acaba tan cansado de mirar opciones infinitas que termina enchufándose TikTok? A no ser que algo esté de moda, como ahora puede estarlo Wednesday o El verano en que me enamoré, no vamos a verlo con intención porque nos cuesta decidirnos. Así pues, sacrificamos el espíritu aventurero de buscar por nuestra cuenta para averiguar qué nos gusta, surfeando entre antiguallas de ser necesario, y nos enganchamos a lo que quiera que esté en la conversación pública.


¿Y quién va a culparnos? Aparte de entretenimiento, nos proporciona un rato agradable en la comunidad.


Hasta que te peleas con alguien que se declara Team Jeremiah, claro.


Como cada vez se prioriza más la inmediatez sobre la calidad, estamos condenados a irnos enganchando a la superproducción (o producción mediocre) que se nos vaya ofreciendo conforme la saquen del microondas. Pero algunos nos daremos cuenta de que lo que funcionaba en el pasado ya no lo hace. No puedes volver a llamar a John Williams para que haga la nueva banda sonora del nuevo Harry Potter; no puedes conseguir que el hecho de que haya cuatro mujeres en sus treinta hablando de sexo en prime time tenga el mismo impacto ahora que en los noventa. Cuando uno está al mando de un proyecto artístico debe ser consciente de los vientos de cambio y de que hay clásicos de culto absolutamente irrepetibles. ¿O es que aquí alguien se imagina un Aragorn que no sea Viggo Mortensen?


No sé, a lo mejor soy muy conservadora.


O no, porque yo vengo aquí a darle sus flores a quienes lo han clavado. Este 2025 ha salido, como muchos sabréis, Superman. Este notas al que todas conoceréis ya ha protagonizado unas once películas, siete series, Dios sabe cuántos cómics —de los que procede, claro. Aparte del planeta Krypton— y ha sido encarnado por nada menos que Christopher Reeve, Tom Welling y Henry Cavill, por decir los tres más épicos. Habrá quien diga que es un producto manido, más que machacado y repetitivo, pero hay que tener en cuenta tres factores: los superhéroes siempre estarán de moda, Superman está abierto a interpretaciones dentro de su carácter definido —él y todos sus compañeros, o vosotras me diréis qué tendrá que ver el Peter Parker de Maguire con el de Garfield— y... Bueno, mi punto número tres es subjetivo: #DavidCorenswetEsMiClarkKent.


«¡A mí me gusta más Henry Cavill!», exclamará alguna del fondo, probablemente mi madre. Pero es que ese no es el tema, y, a la vez, es el quid de la cuestión. El Superman de Cavill y el Superman de Corenswet no se parecen ni en la capa —me fascina la capa de Corenswet, no podía dejar de mirarla—, ni en la película que protagonizan.


Ahí donde el Superman de Cavill parece indestructible, tiene un padre que se antoja un general de las Fuerzas Armadas, lleva la carga de una cinematografía épica y sale con una Lois Lane que se derrite por sus huesos —same, Amy Adams, same—, el Superman de Corenswet, el adorable hijo de un matrimonio modesto, está dispuesto a ser vulnerable, le meten tantas yoyas como caben en las dos horas de largometraje y está enamorado de una Lois Lane que se atreve a mirarlo como si acabara de decir una gilipollez monumental.


Que es lo que ha dicho, por cierto.


En el cine reduje esta diferencia abismal a algo muy simplista: Cavill es más Superman y Corenswet es más Clark Kent. Pero no. No es eso, o no solo eso. Es el cambio de enfoque lo que hace de ambos dos productos válidos y muy diferentes el uno del otro.


La película de Cavill es un canto al heroísmo del superhéroe y la de Corenswet hace apología de la humanidad. De la suya. La primera es muy DC y la segunda es muy Marvel. Con una no te ríes y con la otra te despollas. Una te da ganas de meterte en la Legión —Dios me libre— y con la otra quieres ir corriendo a abrazar a tu abuelo. Además, el Superman de 2025 respeta los tiempos que estamos viviendo: dominación absoluta de las redes sociales, situationships, empoderamiento del personaje femenino —esta Lois es su Propio Personaje, con su Propia Vida— y, en mi opinión, hasta hace una mención muy poco sutil del genocidio palestino. Y lo exhibe como lo que es, además, no como una guerrilla de Oriente. Lo cual se agradece bastante con la que está cayendo.


¿Es posible, pues, hacer lo mismo una y otra vez respetando la originalidad dentro de su marco de acción —reducido y a la vez no al tratarse de un superhéroe muy popular— y que el producto sea perfecto? Claro que sí. Pero requiere echarle unas horitas de meditación. Ponerle cariño al proyecto. Porque cuando sale a la luz una película así, no se te ocurre que alguien dijera con desdén y aburrimiento «Venga, otra de Superman y vamos arreando». Alguien Formuló Grandes Pensamientos.


Seguro que los cinéfilos más puristas se me echarían encima por poner de ejemplo de bondades cinematográficas una película de superhéroes. Pero así lo he decidido para subrayar que la calidad no está reñida con el aspecto comercial. No se debería descuidar la estética y el valor de una película o un libro solo porque su público objetivo sea las grandes masas, y su destino final, ganar pasta por un tubo. Porque no todo vale. Ni en el cine ni en ningún otro aspecto de la vida.

 
 
 

Comentarios


Suscríbete

¡No te pierdas ni una entrada!

Sígueme en redes

  • TikTok
  • Facebook
  • Twitter
  • Pinterest
  • Instagram
  • Negro del icono del Amazonas
  • Negro del icono de Spotify

Todos los derechos reservados © 2023

bottom of page